Existen dos estados habituales que los estresados del mundo repiten hasta la saciedad como queja recurrente: cabeza ruidosa y vida complicada. Nuestro lenguaje coloquial tiene muchas maneras de expresar estas penurias, así como las posibles soluciones. Veamos un par de ejemplos.
“Tengo la cabeza como una jaula de grillos”.
¡Qué graciosa metáfora! Grillos cantando todo el día en la cabeza. Parecido sentido tiene “estar como un cencerro”: ¡tolón, tolón! Más explosiva es la expresión “me va a estallar la cabeza”.
El estrés mal gestionado es lo que tiene: el cuerpo paga el pato de todos nuestros desmanes y le aparecen achaques, trastornos y enfermedades de todo tipo. Y la cabeza se pone ruidosa de más. A veces a punto del estallido.
Estos tristes desenlaces ponen sobre la mesa una gran laguna cultural y educacional. Nuestra sociedad nos anima desde muy pequeños a “calentarnos la cabeza”, a “dar vueltas a las cosas incesantemente” y a “comernos el coco”. El problema es que no nos ofrece maneras de compensar el entuerto, no nos prepara en absoluto para prevenir el sobrecalentamiento y la ralladura mental. Es como si nos regalasen un Ferrari Testarrosa y no nos enseñaran a frenar. El leñazo está asegurado.
La sensatez nos dice que nos calentemos la cabeza un rato y luego la enfriemos; que demos unas vueltas a la reflexión mental y pasemos luego al modo de atención concentrada para descansar; que activemos el Modo Hacer para sacar nuestros proyectos hacia adelante y, al rato, pasemos al Modo Ser para restaurar energías y reponernos del cansancio.
Si hacemos esto, tendremos posibilidad de mantener un equilibrio dinámico y, como consecuencia directa, un buen estado de salud.
Eso es lo que dicta la sensatez, pero como no sabemos parar a tiempo, concentrar la mente y activar el Modo Ser, pues los grillos cantan, los cencerros suenan y las cabezas estallan. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Así somos los humanos! Carneros en celo que arremeten con la cabeza a todo lo que se menea.
“Mi vida es muy complicada”.
Esta frase, habitual como pocas, nos invita también a una reflexión con criterios de sensatez. La solución flota en el aire y está al alcance de todos: Si tu vida está muy complicada, simplifícala. Así de sencillo.
Aceptemos de entrada que la vida de nuestro tiempo puede ser complicada, que nuestra cultura occidental invita a la complejidad y a la sobrecarga para alcanzar y mantener el Shangri-La del estado del bienestar.
Aceptemos también que vivimos en una cultura que preconiza el “más madera” y la ambición desmedida. Estamos rodeados de “ansia viva” y pirámides de poder ocultas que nos tratan de seducir con sus cantos de sirena.
Si nos dejamos llevar por tanto mensaje pervertido de codicia, nos deslizaremos sin remedio por el tobogán de la complicación. Inevitablemente llegará, tarde o temprano, una de sus consecuencias lógicas: estrés crónico con su cohorte de acompañantes: ansiedad, fatiga, insomnio y somatizaciones varias. ¡Marchando una de mal rollo!
El nivel de consciencia es uno de los factores que modulan las respuestas de estrés. Cada vez que leo o escucho a gente sabia, me sorprende la claridad de su mensaje para solucionar el problema en cuestión: “simplifica tu vida”. Más sencillo que el asa de un cubo.
La famosa consultora japonesa en organización Marie Kondo también está popularizando esta receta básica: simplifica, tira lo que te sobre, que es mucho, organiza armarios y depura trasteros, prescinde de lo superfluo, que es casi todo.
Si lo que pretendemos hacer es un Marie Kondo mental vamos a tener que acometer tareas más complejas: hacer el silencio mental todo lo posible, ensanchar la consciencia, depurar la estructura ética y moral y redecorar la filosofía personal. Y también apuntarnos a la corriente del minimalismo como estilo de vida.
¿Y por qué considero que centrarse en lo esencial y descartar lo superfluo es importante? Simplemente para evitar el ruido, el caos y la dispersión que supone estar a mil, acumular y acaparar y complicarse la vida a más no poder.
El consumismo atroz nos invita a ello, pero este “sindios” no es bueno para gestionar el estrés con inteligencia. Más bien produce ansiedad y un amplio catálogo de decepciones.
Con un ego trastornado que se cree el rey del mambo, que basa su sentido de identidad en el “tanto tienes tanto vales”, que tiene escasa o nula tolerancia a la frustración y que no hace lo que le gusta sino lo que el postureo manda y ordena, ¿cómo vamos a acallar la mente y simplificar la vida? Sencillamente imposible.
Dicen los expertos en crisis personales que uno de los pasos a dar cuando la situación se pone chunga es minimizar los daños. Esta invitación incluye la idea de no meterse en más problemas de los que ya tenemos.
Por aquí van los tiros. Si tu vida está muy complicada, simplifica, no te metas es más problemas, vete a tu centro, mantén la calma y preserva las relaciones importantes. Si haces esto, tienes muchas posibilidades de salir reforzado de las crisis. En caso contrario, que no te extrañe que las aguas revueltas te golpeen contra las rocas, te estalle la cabeza o pegues un reventón.