Cuando una persona decide acometer con posibilidades de éxito la gestión positiva de su estrés, se encuentra a menudo con remedios simplistas, desorganizados y dispersos que crean confusión. Esta confusión genera miopía, escepticismo e inacción. Mal empezamos.
Hay muchas cosas que se pueden y se deben hacer para reducir, amortiguar o eliminar el estrés. También existen otras muchas acciones que son errores garrafales que hay que desactivar con urgencia para no caer en el conocido “un pasito hacia adelante y dos pasitos para atrás”.
De poco sirve que de vez en cuando te vayas a la naturaleza, te pongas una música relajante o hagas unos ejercicios de respiración si, acto seguido, haces el canelo y te pones de los nervios por “un quítame esas pajas”.
De poco sirve que tomes una clase de yoga o realices una sesión de meditación y, al rato siguiente, permitas que se activen los automatismos perversos que disparan en tu interior respuestas de estrés como una ametralladora.
La solución a esta montaña rusa, a este peligroso vaivén, es plantearse realizar dos trabajos en paralelo: hacer más acciones de gestión positiva del estrés para reequilibrar el organismo, y dejar de hacer cosas estúpidas que se cargan ese equilibrio en décimas de segundo.
Todo cambio positivo debe tener en cuenta lo que hay que hacer de nuevo, lo que hay que mejorar o incrementar ya que, siendo positivo, es insuficiente y lo que hay que dejar de hacer por nocivo o inadecuado.
Este post va a poner el foco en esta última línea de actuación, aquello que debemos dejar de hacer por ser un error, una estupidez o un atentado a nuestra salud.
En mi opinión, estos son algunos de los errores que se suelen cometer en relación a la gestión positiva del estrés. Toma nota y pon todo tu empeño en desactivarlos. Si no lo haces, estarás “haciendo un pan como unas hostias”.
No saber parar.
Si no eres capaz de descansar lo suficiente, si no puedes parar unos minutos al día para tomarte un descanso de energía, si entre actividad y actividad no haces un STOP, eres de los muchos que van por la vida “como pollo sin cabeza”, “como una moto” o “con el petardo en el culo”.
El esquema es sencillo de narices: me activo para sacar mi vida hacia adelante y me canso. Cuando me canso, descanso. Activación, desactivación y vuelta al punto de partida. De este modo, el organismo mantiene su equilibrio y funciona de forma óptima.
Imagina lo contrario: me activo, sigo activado, me acelero, acelero más y así todo el tiempo. No paro ni cuando duermo, estoy a mil cosas a la vez y voy con la lengua fuera. Resultado: fatiga y agotamiento por soberana estupidez.
Hasta el más tonto puede imaginar cuál es la solución para no seguir cayendo en este error: aprender a parar. Experimenta la eficacia de las paradas de energía todos los días y lo más a menudo que puedas. Con este sencillo recurso evitarás la sobrecarga de tu sistema. “Para o revienta” podría titularse, en caso contrario, el título de tu película.
Olvidarse de respirar.
Si eres de los que se olvidan horas y horas de que respiran, estás cayendo en este error. Si dejas que la tensión convierta a tu respiración en superficial, agitada y pobre, y no haces nada para remediarlo, estás privando a las células, tejidos y órganos de tu maltrecho organismo del aporte suficiente de oxígeno.
Luego no te quejes de que te falta vitalidad, que tienes un nudo en la garganta y el pecho oprimido. Cuando no respiras bien con tus pulmones, tampoco respiras bien la vida. Y pasa lo que pasa: ahogos, sofocos y colapsos a las tres menos dos.
La solución a este error también es fácil de formular: reaprende a respirar con una respiración saludable, es decir, abdominal, lenta, profunda y prolongada. Aprende a regular tu respiración y tendrás en tus manos, siempre disponible, el mejor regulador del mundo. La clave está en prestarle atención continua y entrenar diferentes técnicas de respiración para ganar pericia reguladora.
La atención a la respiración es el mejor camino para bajar de la azotea de la mente, con su jaula de grillos, para habitar el cuerpo y sus sensaciones, para trazar un puente entre ambos y posibilitar que trabajen en equipo .La concentración en la respiración es la base de la práctica de cualquier tipo de meditación.
La consciencia y control voluntario de la respiración pueden ser la primera línea defensiva para gestionar los momentos desagradables, los ataques de ansiedad o pánico, la visita al dentista, las noticias duras, los sobresaltos y los contratiempos. Es como la purga Benito: vale para todo. Por eso nos conviene aprender a respirar bien y anclar parte de la atención permanentemente en la respiración. Este anclaje supone una cantidad de beneficios que ni te puedes imaginar. Comienza el entrenamiento y entenderás de lo que hablo.
La fascinación por la velocidad.
Si eres de los que han sido hipnotizados por nuestra sociedad en la velocidad, en la codicia del hacer y el tener sin medida y en la fascinación por las luces de colores en perpetuo movimiento, estás metido sin darte cuenta en la rueda del hámster. ¿Adónde vas con tanta prisa? A la tumba, seguro, previo paso por el hospital.
La vida es un movimiento continuo regido por la ley de la transitoriedad, pero ese movimiento no tiene que hacerse a toda leche. Si analizamos la metáfora que habla de la vida como una danza, podemos encontrar alguna que otra clave para gestionar mejor este movimiento.
En danza existen los llamados cambios de dinámicas. Estos cambios implican una cierta maestría en el manejo de la velocidad, la energía que ponemos a cada acción, las inflexiones en la respiración, las pausas y los cambios de dirección. Todas estas acciones se combinan y secuencian por la pericia del bailarín. Si lo hace con maestría, alcanzará uno de los mejores estados posibles: la fluidez.
El que va acelerado a piñón fijo, abandona la metáfora de la vida como una danza y adopta la del ciclismo: pedalear sin descanso en una sola dirección, cuesta arriba y hasta que llegue la inevitable pájara. La metáfora ciclista puede servir para subir el Tourmalet, pero no para el buen vivir.
Si quieres salir de este error, rompe la inercia y sal de la rueda. Practica a menudo el simple gesto de parar, sentarse un rato, mirar hacia dentro y experimentar el placer de la quietud y el silencio. Nada que hacer y ningún sitio al que ir. Este es el sencillo punto de partida para aprender a cambiar de dinámica, velocidad y dirección como ejercicio de soberanía y libertad personal. Lo contrario se parece mucho a un burro con orejeras arando sin descanso hasta que se pone el sol.
La automedicación.
Si las soluciones que has encontrado para drenar tensiones y salir del sufrimiento que implica un estrés mal gestionado es el zolocotrón, los porros, las rayas, las pastis de diseño, los ansiolíticos, los antidepresivos y los ibuprofenos, estás jugando a un peligroso deporte. Si además añades a este cocktail adicciones al trabajo, al sexo, a las compras o al juego, tienes un problema de los gordos.
El sabio Aristóteles decía “todo con moderación” y nosotros, que nos creemos más listos, nos pasamos por el forro la recomendación y tomamos el camino del “dale duro mientras el cuerpo aguante”.
La automedicación a base excesos es un intento de ingerir por las bravas una especie de calmante emocional, psicológico y fisiológico que nos haga sentir mejor rápidamente. Buscando el placer con ansia viva, tratamos de echar al dolor a escobazos, sin darnos cuenta que nos estamos moliendo a palos a nosotros mismos.
Buscando la ansiada paz interior, nos metemos para el cuerpo mucha química o nos involucramos con conductas que nos proveen de una ráfaga de adrenalina lo suficientemente fuerte como para no sentir dolor. Conviene no olvidar que la adrenalina es tan adictiva para el cerebro como la cocaína.
Y repitiendo una y otra vez este macabro ritual vamos jalonando el camino hacia la adicción que esclaviza a la mente y arruina al cuerpo.
De nuevo la solución es más fácil de decir que de llevar a la práctica: libérate de las adicciones y aprende estrategias de autorregulación positivas que te den seguridad y confianza. Para ello tendrás que entrenar una serie de habilidades, cambiar unos cuantos hábitos, depurar tu filosofía personal y un puñado de cosas más que forman parte del arte del buen vivir.
Nada nuevo bajo el sol, pero hay que echarle un par y hacerlo. En caso contrario nos podemos encontrar ante un suicidio en diferido por fracaso de la inteligencia y falta de coraje. Insisto: no es fácil, pero es posible con ayuda.
En el Método SEDA Estrés encontrarás ayuda, motivación para el cambio y una estrategia integral que dé coherencia al esfuerzo.