Autor: Juan Sahorí

Creencias estresantes que conviene desterrar

Como sucede en las películas de Indiana Jones, las creencias limitantes y estresantes nos conducen a trampas peligrosas, mientras que las potenciadoras o positivas son como losas sólidas que nos permiten pisar con firmeza y avanzar.

Depurar creencias es como pavimentar bien la calzada que te llevará hacia tus más elevados propósitos. Si esto es así, nos conviene explorar nuestro sistema de creencias, no vaya a ser que, sin saberlo, tengamos creencias asquerositas que nuestra sociedad, familia y entorno cultural nos metieron entre pecho y espalda, con la leche templada y en cada biberón.

Para hacer esta limpieza necesitamos un marco de referencia para saber qué limpiar y qué no. A este marco superior le vamos a llamar congruencia del sistema. Nuestro sistema cuerpo, mente y espíritu es una unidad indisoluble donde todo está interconectado. Para que funcione con armonía, este sistema necesita congruencia, que es la madre de la sensatez y hermana gemela de la ecología personal.

La primera creencia que quiero analizar es una sentencia canalla: “Mi vida es un tormento”. Como frase para una escena de teatro, puede valer, tiene fuerza. Como expresión de cómo nos encontramos cuando nos ponemos el termómetro vital, es una desgracia.

Esta afirmación melodramática tiene una pandilla de amigos que la acompaña, cambiando tan sólo un pequeño matiz: “vivo en un infierno, martirizado, jorobado, fastidiado, jodido, angustiado o tragando quina”. Tan sólo las supera en profundidad la literaria expresión: “vivo sin vivir en mí”.

¡Vaya manera de vivir! Viviendo fuera de uno, alejado del centro, en la periferia de los asuntos mundanos donde campa a sus anchas el sufrimiento y la miseria. Justo lo contrario de lo que han dicho los sabios de todos los tiempos: mira dentro en el espacio sagrado del corazón, un espacio donde habita el misterio, la sabiduría interna y un escurridizo Ser esencial que está deseando revelarte tu verdadera naturaleza.

No digo que en este mundo no puedan existir situaciones duras donde se pasa realmente mal. Nadie ha dicho que la vida sea un lugar pacífico ni que esté diseñada para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Más bien es todo lo contrario.

Lo que a mi entender denota la expresión de esta creencia, dicha en situaciones cotidianas sin contexto dramático, es la afición que tiene el que abusa de ella de vivir en el fango del victimismo.

Y ese es un lugar del que tiene que salir urgentemente todo aquel que quiera gestionar su estrés de forma positiva. El victimismo es un rasgo de personalidad que nos hace vulnerables al estrés. El que va de víctima nunca se quita unas gafas azul oscuro casi negro que le hacen percibir el mundo de un modo muy amenazante, nocivo y desagradable.

Y este es, precisamente, el núcleo de lo que significa una respuesta de estrés: la percepción subjetiva por parte de una persona de que está viviendo un acontecimiento amenazante, nocivo o desagradable para el que no tiene recursos suficientes.

Hay mucho que revisar en aquel que se pone todos los días el traje de “agonías”. Si te encuentras en esta desgraciada situación, sólo te puedo dar una recomendación cargada de compasión: “sal del victimismo echando leches”. Ya mismo. Ya estás tardando.

La siguiente creencia conforma un estado vital muy pesado: “Voy tirando”. ¿Tirando de qué? ¿De un carro, de una cruz, de una bola de hierro? A poco que escarbemos en la expresión, aparece enseguida una capa de resignación y hartazgo. Para no sentirnos solos ante el peligro, ponemos la expresión en primera persona del plural: “Vamos tirando”. ¿Quién? ¿Tú y quién más?

Con sentido parecido, otras personas transitan por la vida “aguantando mecha” y otros van “como alma en pena”. El trasfondo es muy similar: mucha tristeza, decepción y resignación de la mala.

Si colocamos este esquema en el terreno de juego del estrés, podemos detectar varias consecuencias nefastas. La primera es asegurarse respuestas de distrés a mogollón. Al contrario que el eustrés, que es estrés del bueno donde nos tomamos la situación como un reto y tenemos confianza en nuestras habilidades, el distrés es estrés del malo y se dispara cuando consideramos que la situación que vivimos representa una amenaza muy superior a las habilidades de afrontamiento que tenemos. El que “va tirando” siente un déficit de habilidades casi siempre.

Otra consecuencia del “ir tirando” es que el estilo de afrontamiento que representa es el rechazo, con una reactividad emocional perniciosa. Tan sólo la aceptación puede empezar a revertir este bucle perverso.

El que siempre “va tirando” puede cambiar este lema vital por un “voy aprendiendo”. Ya lo dice el saber popular: “de todo se puede aprender”, si nos ponemos a ello.

Hay un estado que elevado a la categoría de creencia nos puede llevar a la locura: “Estoy desquiciado”.

El que se declara desquiciado se siente desencajado, descompuesto, fuera del quicio de la ventana o de la puerta. Al estar fuera de sí, ha perdido la compostura, el aplomo y la seguridad. Chungo estado.

¿Y qué le podemos recomendar a ese ser tan trastornado? Pues que recupere la compostura, se meta en el quicio y se vuelva a encajar. ¿Y cómo? Manteniendo la calma, asumiendo la responsabilidad sobre su propia vida y minimizando los daños, para empezar.

Como dice el relato del sabio meditador adoctrinado a su pupilo, cuando el agua esté turbia y revuelta, párate y no hagas nada. Pero nada de nada. Sólo así, las partículas oscuras se irán al fondo, el agua recuperará su claridad y los ojos podrán volver a ver con nitidez.

Si se le permite actuar, la sabiduría interna sabe perfectamente regresar al quicio, a la postura correcta y al centro esencial. En estos casos de desquijaramiento, lo más difícil es hacer lo más fácil: parar, quedarse quieto, no meterse en más problemas, preservar las relaciones importantes, mantener la calma y hacerse cargo de la propia vida con responsabilidad. ¿Hacer esto está en nuestras manos y depende enteramente de nosotros? Sí, rotundamente sí.

De nuevo la tendencia a la velocidad hace que hagamos lo contrario: “ir como pollos sin cabeza” o “como elefantes en cacharrería”. ¡Ale! ¡A lo loco! Poniendo todo perdido de mierda y destrozando todo lo que se nos pone por delante.

También vale como remedio para estos casos la taurina frase “parar, templar y mandar”. Si estás desencajado, para, recupera las riendas, entiende la situación y decide en base a lo anterior la nueva dirección a tomar.

Repite mil veces este sencillo protocolo y verás cómo recuperar la compostura no es tan difícil. Es una cuestión de práctica y de tener claras unas cuantas ideas.

¿nos vemos en los comentarios?

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