Autor: Juan Sahorí

La ética, la moral y el estrés

Partiendo del título de la película de Enrique Urbizu, “No habrá paz para los malvados”, se me ocurre tirar del hilo y preguntarme: ¿pueden tener los malvados paz, serenidad, calma, sosiego y felicidad plena?

La primera respuesta intuitiva que me viene a la mente es: “ni de coña”. ¡Cómo va a disfrutar esa gentuza de los estados esenciales reservados a la buena gente!

Esta reflexión me invita a plantear la conexión entre el estrés y la falta de ética o moral en un individuo o sociedad. En mi opinión, no habrá paz, ni serenidad, ni calma, ni nada que se le parezca, para los que tengan una estructura ética y moral muy deficiente. Lo siento, pero no me imagino a un canalla en el paraíso.

Una ética y una moral sólida dan orden y congruencia a todo el sistema, ofreciendo un modelo del mundo predecible para poder pensar y crear sentido a la vida.

¿Es esto bueno para la gestión del estrés? Por supuesto que sí. Piensa en lo contrario: en que todo es un sinsentido, en el todo vale, en una vida en la que nunca sabemos a qué atenernos. Seguro que eres capaz de imaginar la fuente inagotable de estrés que esto supone.

La ética y la moral de la humanidad están en horas bajas, viviendo de las rentas de un humanismo decadente que ya casi nadie se cree. Si las normas éticas y morales han ido ganado universalidad con el correr de los siglos, si sus grandes preceptos han inundado cartas magnas y declaraciones de derechos universales, ¿por qué hemos permitido que se instale la post verdad y las fakes news? ¿por qué toleramos que la distorsión y la mentira descarada tengan patente de corso?

Nos instalamos en la banalidad del postureo cuando se nos llena la boca hablando de valores que ya no valen para nada, de principios que han pasado al final de la fila y de preceptos sagrados aparcados en los estercoleros humanos.

Si vale mentir a las claras, robar a las bravas y matar por la cara, ¿qué mierda de ética y de moral tenemos? Si convertimos el Mediterráneo en un cementerio, los campos de refugiados en un matadero y al continente africano en una gran mina de diamantes de sangre, ¿qué porquería de humanidad tenemos? No sería extraño que la logística del universo decidiese castigar estos atropellos éticos y morales con una retirada de privilegios y credenciales.

Supongamos que los estados más elevados a los que puede aspirar un ser humano son la calma, la serenidad y la paz interior, de los cuales brota naturalmente la alegría, la plenitud y la felicidad suprema. Si esto es así, y me gusta creerlo, esta conquista se sustenta en un andamiaje de preceptos éticos y morales universales reconocidos en todas las culturas medianamente civilizadas, matizados y traducidos en los sistemas legales de todo el mundo.

Estos elevados valores también sufren abuso y maltrato por exégetas espirituales de todo pelaje. Aquí nos encontramos de todo como en botica. Muchos niegan la espiritualidad, aunque se les escapa un “Dios mío” cuando se acerca la enfermedad y la muerte.

Otros manifiestan gestos de fervor exagerado cuando llega la semana santa y algunos gustan de recubrir de oro lo que está hecho de madera. Una impostura glamurosa propia de un hipotético Instagram celestial.

No. Tampoco me gusta el postureo espiritual, la ostentación ceremonial ni las guerras santas en nombre de ningún Dios. En mi opinión, la espiritualidad se cocina dentro, se propaga a través del silencio y no precisa de ningún tipo de postureo.

La normas éticas y morales viven en los corazones humanos y languidecen en los tratados canónicos, en las constituciones y en las declaraciones de derechos humanos.

Llevando de nuevo el foco a nuestro mundo interior, creo que la sentencia es contundente: o tenemos comportamientos éticos y morales o no habrá paz interior, ni serenidad, ni calma, ni nada por el estilo.

El que vaya por la vida como un depredador, arrasando con todo lo que pille en su camino, abusando de los débiles, sembrando el odio y el miedo y mintiendo como un bellaco, no podrá experimentar nunca el néctar de los sentimientos elevados. No sería justo que hubiese un paraíso para los desalmados. En la ficción cinematográfica los malvados casi siempre tienen mucho estrés y veneno emocional. En la vida real también.

La receta para el canalla es bien sencilla: deja de comportarte como un golfo y trata de dejar en tu paso por la vida una huella de amabilidad, bondad y solidaridad. Verás cómo cambia la cosa.

En caso contrario, la letra de la canción “sufre mamón” será tu destino y tu película favorita será “no habrá paz para los malvados”.

¿nos vemos en los comentarios?

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