Autor: Juan Sahorí

La meditación transforma la actitud ante la vida

Existe un amplísimo catálogo de beneficios relacionados con la práctica regular de la meditación. En el presente artículo quiero sacar a la luz uno que muchas veces se queda oculto entre bastidores: la actitud ante la vida.

La práctica de la meditación va modelando poco a poco una actitud nueva. Esta actitud es diametralmente opuesta a la que nos enseña nuestra cultura occidental. Al practicar cualquier tipo de meditación, vamos modelando una actitud vital que hace que nos posicionemos en la vida de un modo completamente nuevo.

Para que nos hagamos una idea, voy a poner en valor los componentes de esta nueva actitud para que podamos imaginar con mayor nitidez qué puede suponer para la gestión de nuestro estrés ir por la vida con este andamiaje. Asimila e imagina.

El primer componente es no juzgar. La observación de la experiencia interna durante la meditación debe ser imparcial. Por ello es necesario dejar a un lado los juicios previos y la crítica para poder tener una visión más real de lo que nos sucede, para observar a la experiencia en su desnudez. Esto es fácil de contar, pero todos, a todas horas, estamos haciendo justo lo contrario: evaluando como bueno o malo, etiquetando todo lo que nos sucede.

Para un ciudadano medio, dejar de juzgar es un trabajo enorme y su entrenamiento requiere mucha disciplina y consciencia. La meditación facilita este cambio.

El segundo componente es la aceptación de todo lo que sucede. Nos pasamos el tiempo reaccionando, evitando o huyendo de lo que nos desagrada. En meditación se aprende a no reaccionar, nos entrenamos en aceptar lo que sucede tal y como es en el momento presente, ya sea algo agradable, desagradable o neutro.

Sin aceptación, nuestra capacidad racional no puede desplegarse con rotundidad. Con aceptación, mantenemos la intención de ver las cosas tal y como son, realmente, en este momento.

Contrariamente a lo que algunos pueden pensar, la actitud de aceptación nos permite ser más proactivos, no pasivos y resignados, ya que la claridad con la que vemos las circunstancias nos faculta para tomar decisiones rápidamente y de forma más oportuna.

El tercer componente es la llamada mente de principiante. ¿Y qué significa esto? Significa que, al poder liberarnos de todo juicio previo, nos estamos abriendo a percibir la realidad como si fuese la primera vez que la viéramos, con la curiosidad de un niño.

La mente de principiante es la cualidad de la conciencia que nos va a permitir contemplar la realidad desde muy diversas perspectivas. Esta actitud de curiosidad y frescura es esencial también para el desarrollo de la creatividad. La soberbia del “ya me lo sé” es el principio contrario. Poco se aprende con él.

El cuarto componente es no obcecarse con el logro. Este principio nos invita a desprendernos de nuestra habitual identificación con los resultados. El afán que ponemos en alcanzar logros nos genera mucho sufrimiento, tanto en el proceso mismo por alcanzarlos, como por los resultados que finalmente obtenemos, especialmente si estos no han sido los que esperábamos.

Esto nos coloca frente al complejo tema de las expectativas. ¿Qué podemos hacer con ellas? Pues tener mucho cuidado, ya que la distancia que hay entre una expectativa previa y lo que la vida finalmente nos trae en relación a ella es un hueco de sufrimiento.

La clave reside en aplicar un cierto sentido de la deportividad y en aceptar que todo cambia, que todo está evolucionando de forma constante, y que muchos son los factores, desconocidos en muchos casos, que pueden intervenir en el momento presente. Desde el mismo momento en que diseñamos nuestros objetivos, hemos de aceptar que van a afectarnos elementos fuera de nuestro control.

El quinto componente habla de ecuanimidad y desapego. En una mente sin expectativas aparece la ecuanimidad. Para ello necesitamos liberarnos de apegos y aversiones, tomar distancia por igual de lo que nos gusta y de lo que nos desagrada. De este modo, no habrá movimiento al colocarnos frente a la realidad, frente a lo que ya es. Dejaremos de alejarnos de lo desagradable y de perseguir lo agradable con agitación y desasosiego.

Cuando no hay juicio ni prejuicios comienza la ecuanimidad, una postura equilibrada frente a lo que sucede que nos pone en condiciones de aceptar todo lo que trae el momento presente.

La ecuanimidad es una cualidad de la conciencia que alienta el equilibrio y la sabiduría, a la vez que nos faculta para contemplar el cambio continuo con mayor comprensión.

El desapego es una cualidad que nos permite liberarnos de la tiranía de tener que perseguir resultados positivos. Si nuestro nivel de apego es alto, no podremos aceptar que las cosas sean tal cual son. Este es uno de los mayores contribuyentes a nuestro sufrimiento vital. Como verás, estos principios nos invitan a cultivar la actitud de soltar, de dejar ir y dejar pasar.

El sexto componente es la confianza. Hay confianza cuando hay aceptación de la incertidumbre. ¿Qué significa esto? Simplemente que no sabemos lo que sucederá y aceptamos vivir sin necesidad de controlar ese futuro que, por otro lado, es un imposible y un absurdo.

Si confiamos, estamos abiertos a cualquier situación que pueda suceder, por lo que estaremos en disposición de afrontarla conscientemente, con valentía y madurez. La práctica de la meditación potencia la confianza y la seguridad que debemos tener en nosotros mismos.

A fin de cuentas, la confianza es el convencimiento que alcanzamos sobre nuestras propias capacidades y habilidades. Y esta confianza repercute directamente en la respuesta de estrés, ya que la intensidad de la respuesta depende de la evaluación que hacemos sobre los recursos disponibles para hacer frente a una situación amenazante.

Si confiamos en que tenemos recursos suficientes, la respuesta de estrés será débil y corta. Si evaluamos que no tenemos suficientes recursos, tendremos una intensa, desagradable y duradera respuesta de estrés.

El séptimo componente es la paciencia y la constancia. La paciencia es la cualidad de la conciencia que consiste en permanecer tranquilos y ecuánimes con nosotros mismos, sin sentir culpa o crítica ante cualquier circunstancia de la vida.

Cuando no somos pacientes con lo que nos sucede, queremos huir de ese momento, dejamos de aprender lo que la situación nos trae y generamos mucho estrés y ansiedad. Mal negocio este de la impaciencia.

Ser pacientes significa permitir que las cosas ocurran en su propio tiempo, manteniendo la voluntad de permanecer con cualquier proceso que esté ocurriendo en el momento presente. En este contexto, me parece adecuado traer a colación otra ley incontestable que muchos ignoran. Dice así: “La vida no está diseñada para satisfacer nuestros deseos y expectativas”. El que crea lo contrario, lo lleva claro.

La constancia es la cualidad que nos ayuda a perseverar en tales circunstancias para ser pacientes en cada momento y para regresar al momento presente cada vez que viajemos con la mente al pasado o al futuro.

En la práctica de la meditación se dice que no importa las veces que te distraigas, lo importante es que te des cuenta y, sin juicio alguno, vuelvas a traer la atención al momento presente y al foco principal. La constancia necesita la repetición y la perseverancia.

El entrenamiento del que estamos hablando se sitúa en las antípodas de tomar una píldora de la felicidad y va a requerir un esfuerzo consciente durante el resto de tu vida.

Merece la pena el esfuerzo, ya que los beneficios de andar por la vida con una actitud así es como jugar en otra liga con reglas de juego mucho más sabias y amables. Como siempre, tú decides.

¿nos vemos en los comentarios?

Me gustaría conocer tu opinión acerca de este artículo y qué te ha parecido.

 

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