En todo viaje aventurero existen trampas para incautos, tentaciones para golosos y atajos para vagos que no llevan a ninguna parte. Si miramos la literatura fantástica, nos encontramos con sirenas que cantan, medusas que petrifican a fornidos guerreros y monstruos que reparten estopa a diestro y siniestro.
La gestión positiva del estrés, como todo viaje de aventura y autoconocimiento, no iba a ser menos. Tiene enemigos en todas las esquinas y, a poco que te descuides, te dan un guantazo, te ponen patas arriba y te sacan del camino. A veces el tortazo es tan gordo que te falta cielo para dar la vuelta y, cuando te recuperas, no te quedan ganar para volver a la senda.
Como llevo mucho tiempo cazando monstruos y fantasmas de ese pelaje, te voy a poner sobre aviso acerca de enemigos externos que revolotean como mariposas en torno al estrés. No vaya a ser que, por no estar precavido, te lleven al huerto a las primeras de cambio y te engañen miserablemente.
Voy a poner la linterna en la cara a cuatro trampas en las que se intuye la manipulación interesada de algunas manos negras que se agazapan en las sombras para mantener el anonimato.
La primera trampa que quiero citar es confiar exclusivamente en el sistema médico oficial y en los medicamentos. Seamos claros: si tienes síntomas de estrés, ve al médico como primera medida inteligente y necesaria. Acto seguido, escucha el diagnóstico, calibra el tratamiento y tómate lo que consideres oportuno. Si detectas que el plan estratégico recibido es claramente insuficiente, sigue buscando por otras vías complementarias, siendo tú el que dirija la operación de búsqueda. A fin de cuentas, es tu salud lo que está en juego.
Te sugiero que salgas del camino fácil e irresponsable de decir: “lo que usted diga doctor”, abrir la boca y limitarte a tragarte las pastillas que te prescriban como un pavo antes de Navidad. No. Así no.
¿Y por qué no? Pues porque con diez minutos que tiene tu médico de atención primaria para atenderte no le da tiempo a hacer un diagnóstico completo, ni dar un tratamiento integral bien calibrado. A veces, ni siquiera tiene tiempo a mirarte a la cara, explorarte y escuchar tu relato. No es su culpa, sino la de un sistema poco dotado para atender un problema tan complejo como el estrés.
Lo reconocen los propios médicos. Les he escuchado declarar sin ningún tipo de pudor lo siguiente: “con el tiempo que tengo, poco más puedo hacer que recetar algún ansiolítico o somnífero que ataje los síntomas y recomendar al paciente hábitos saludables. Como no hay suficientes psicólogos para atenderle, le receto un medicamento para que no se vaya de vacío”.
¿Es suficiente esto para un problema que tiene una compleja danza de factores internos y externos y que afecta al equilibrio de todo el complejo sistema cuerpo, mente y espíritu que somos? Pues no, claramente no.
No caigas en esta trampa. Coge tú el timón de tu vida y sigue buscando soluciones allí donde se encuentren.
La segunda trampa puede ser una trampa mortal. Lo que es seguro es que está llena de veneno. Me refiero a las adicciones para aliviar la tensión, lo que se conoce técnicamente como automedicación.
Si las soluciones que has encontrado para aliviar tensiones y salir del sufrimiento que implica un estrés mal gestionado es el alcohol, los porros, las rayas, las pastillas de diseño, los ansiolíticos, los antidepresivos y los ibuprofenos; si añades a este cóctel venenoso adicciones al trabajo, al sexo, a las compras o al juego, tienes un problema de los gordos.
El sabio Aristóteles decía “todo con moderación” y nosotros, que nos creemos más listos, nos pasamos por el forro la recomendación y nos vamos por el camino del “dale duro mientras el cuerpo aguante” y por la vía rápida.
La automedicación a base excesos es un intento de auto administrarnos una especie de calmante emocional, psicológico y fisiológico para tratar de sentirnos mejor rápidamente. Buscando el placer con ansia viva, tratamos de echar al dolor a escobazos, sin querer enterarnos de que nos estamos moliendo a palos a nosotros mismos.
Buscando la ansiada paz interior, nos metemos para el cuerpo mucha química o nos involucramos en conductas que nos proveen de una ráfaga de adrenalina lo suficientemente fuerte como para no sentir dolor. No olvidemos que la adrenalina es tan adictiva para el cerebro como la cocaína. Y repitiendo una y otra vez este perverso mecanismo vamos jalonando el camino hacia la adicción que esclaviza a la mente y lleva a la ruina al cuerpo.
La alternativa a esta trampa mortal es aprender estrategias de autorregulación positivas que te den seguridad y confianza. Para ello tendrás que entrenar una serie de habilidades, cambiar unos cuantos hábitos, depurar tu filosofía personal y un puñado de cosas más que forman parte del arte de vivir en armonía.
Por supuesto que lo que te propongo es más laborioso y complicado que el pelotazo de lo que sea. Pero uno te hace más sabio, sano y responsable y el otro te lleva al infierno de la autodestrucción. Tú eliges.
La tercera trampa es una trampa cultural tremendamente peligrosa de la que no se escapan ni los más listos de la clase. Me refiero al miedo al fracaso y a la obsesión por el prestigio social. Los dos juntos suponen un petardo en el culo y una zanahoria muy eficaces para hacer que nos movamos en una determinada dirección.
Si andas obsesionado con el éxito, a la vez que sientes un miedo atroz al fracaso; si como dice Rudyard Kipling en su poema “Si”, aún no has desenmascarado y tratas por igual a estos dos impostores; si sigues alimentando a un ego con delirios de grandeza y poca tolerancia a la incertidumbre, tienes un problema muy serio para gestionar adecuadamente tu estrés.
El miedo al fracaso y la búsqueda del prestigio social complican, y mucho, la vida. La complicación produce mucho estrés y consume mucha energía. A la larga, el resultado es inevitable: agotamiento del sistema.
Para solucionar este embrollo te propongo tres líneas de actuación. La primera es recortar las alas a cinco miedos con alto poder estresante: el miedo al fracaso, el miedo al qué dirán, el miedo a la exclusión y al rechazo, el miedo al compromiso y el miedo a no ser nadie. La segunda línea pasa por simplificar tu vida todo lo que puedas y unirte a la corriente cultural del minimalismo.
La tercera línea es la más contundente: explorar en tu interior tus talentos singulares y descubrir tu misión personal, ese gran propósito capaz de llenar tu vida de motivación y sentido. Cuando descubras tu misión, entrégate a ella con pasión sin importar los resultados. Si lo haces, toneladas de tensión existencial se desvanecerán vaciando tu mochila de cosas inútiles.
Como consecuencia lógica, los cinco miedos descritos, los dos impostores y los delirios de grandeza se esfumarán como por arte de magia. Y el estrés asociado a ellos correrá la misma suerte: se disipará en la misma niebla de ilusión en la que surgió.
La cuarta trampa tiene que ver con el foco de la atención. Si eres de los que sólo mira el mundo exterior buscando estímulos, placeres, oportunidades y amenazas; si pararte, cerrar los ojos y mirar hacia dentro te produce vértigo o incomodidad; si eres de los que opina que mientras no cambien las circunstancias no podrás ser feliz, vives muy alejado de tu centro en una peligrosa periferia.
El problema lo traemos de fábrica, ya que el cerebro humano está diseñado para acechar estímulos del mundo exterior con la motivación de detectar amenazas y fuentes de placer. Tener la vista permanentemente enfocada en el mundo exterior es agotador y mareante. Todo el rato de aquí para allá en un frenesí de estímulos desorganizados e imposibles de procesar.
Durante nuestra etapa juvenil la curiosidad nos impele a explorar y a descubrir el mundo. Hecho esto, que es totalmente lícito, a algunas personas se les enciende una especie de anhelo interior que les invita a explorar hacia dentro. Aquí podríamos colocar el llamado camino de autoconocimiento, camino iniciático o viaje del héroe.
Si has sentido algo parecido a este anhelo y lo has desatendido, prepárate para vivir a menudo el conflicto interno, aunque recurras a sustancias o estrategias de autoengaño que adormezcan tu conciencia.
La solución a este torpe y unidireccional uso de la atención es cambiar el foco. Conecta con tus adentros para detectar posibles llamadas, intuiciones o anhelos. Si oyes algo significativo, busca y no pares de buscar por los diferentes escenarios internos que se abren para el que quiere encontrar. Esta búsqueda no se agota nunca y te ocupará el resto de tu vida. Ánimo en el intento. Este viaje no es para cobardes.
Hay muchas más trampas que encontrarás en el camino hacia la gestión positiva del estrés. Si ya has caído en uno o varios de estos berenjenales, ve saliendo como puedas. En mi servicio Formación SEDA Estrés encontrarás infinidad de claves para hacerlo.
¡Ah! Se me olvidaba. Especialmente cuando hayas caído en una trampa, que no se te olvide mantener la calma, pase lo que pase. Lo contrario se llama desesperación.